lunes, 19 de diciembre de 2011

EL DOLAR COMO DINERO MUNDIAL


Hace 79 años las naciones capitalistas negociaron un nuevo orden monetario internacional en la célebre Conferencia de Bretton Woods, en Nueva Hampshire. Como reflejo de la hegemonía indiscutida e indiscutible cobrada por Estados Unidos a la salida de la Segunda Guerra Mundial, el dólar fue erigido como pivote de este nuevo orden. Ese país adquirió así el privilegio, en muchos sentidos extraordinario, de emitir la moneda que habría de ser utilizada como reserva por el resto de las naciones, convirtiéndose en el centro del sistema monetario y financiero mundial. Como se sabe, hasta principios de los años 70, el sistema de Bretton Woods mantuvo una estructura formal de tipos de cambio fijos.

Por su parte, los países europeos y Japón, cuyas economías habían sido devastadas por la guerra, emprendieron una estrategia de reconstrucción sustentada en la subvaluación de sus monedas, el control de los flujos de capital y de comercio y la acumulación de reservas. Al concluir su reconstrucción, estos países modificaron sus estrategias económicas. Una medida en especial fue importante: la eliminación más o menos gradual de los controles financieros, lo que condujo, ya en la década de los años 70, al colapso del esquema de tipo de cambio fijos, dando lugar al llamado régimen de paridades flotantes. Se considera desde entonces que este hecho marcó el fin del orden negociado en Bretton Woods.

A 33 años de la crisis del sistema de Bretton Woods, las relaciones monetarias y financieras internacionales están dominadas por algunas condiciones que son hasta cierto punto similares a las de las décadas de los años 50 y 60 del siglo XX, que fueron la época de esplendor de aquel sistema. Como no podía ser de otra manera, dichas relaciones también presentan una serie de diferencias fundamentales.

Mientras que prácticamente todas las economías de América Latina y Europa Oriental emprendieron en los últimos 20 años procesos de apertura y liberalización que en general no les han reportado ganancias significativas de crecimiento y bienestar, las principales economías de Asia optaron por poner en pie una estrategia de desarrollo cuyos componentes centrales son los mismos que adoptaron las de Europa Occidental y Japón en la inmediata posguerra: tipos de cambio subvaluados, intervenciones abiertas y considerables en los mercados cambiarios, controles comerciales y sobre el movimiento de capital, acumulación de reservas. Todo ello al servicio de un objetivo fundamental: promover la inversión y el crecimiento por medio de la exportación a los grandes mercados internacionales de consumo de masa.

La importancia cobrada por los países de Asia en la dinámica económica mundial hace pensar a muchos especialistas que la estructura del sistema monetario internacional está recobrando algunas características esenciales del periodo de Bretton Woods. Según ellos, la dinámica actual de este sistema, las tendencias que están dominando la acumulación de reservas en el mundo, la dirección geográfica de los flujos netos de capital y los movimientos de los tipos de cambio son procesos fuertemente determinados por el desempeño de los países asiáticos y su relación con el centro del sistema, es decir, con Estados Unidos

Retorno al papel único de Estados Unidos
No cabe duda, en efecto, que al inicio del siglo XXI Estados Unidos está volviendo a desempeñar un papel único en el sistema financiero y monetario internacional que, por varias razones, Europa y Japón, los otros polos del poder económico, no están en condiciones de asumir. En los años recientes Estados Unidos ha mantenido un déficit creciente en la cuenta corriente de su balanza de pagos, cuyo origen geográfico fundamental está en Asia, sin que el dólar registrara variaciones significativas a la baja con respecto a las principales monedas asiáticas. Dado que un interés económico estratégico de estos países es mantener y acrecentar su posición competitiva en el mercado estadunidense, sus respectivas autoridades monetarias intervienen sistemáticamente en el mercado cambiario, realizando compras masivas de dólares para impedir la apreciación de sus monedas nacionales.

En la práctica, la estrategia económica y monetaria de los países asiáticos funge como mecanismo que contrarresta, si no es que incluso estimula, los crecientes desequilibrios financieros de Estados Unidos. La acusada tendencia a vivir más allá de sus propias posibilidades, que este país ha mostrado de manera persistente en los últimos 10 años, es en cierta forma aminorada por la avidez con que los bancos centrales de Asia invierten en instrumentos financieros denominados en dólares. (Y en México y América Latina sabemos que la acumulación de reservas denominadas en dólares no es sólo una obsesión asiática; la diferencia es que aquí acumulamos reservas sin un crecimiento sostenido del producto y el empleo, lo que hace socialmente onerosa dicha acumulación.)

En este contexto es necesario reconocer que Estados Unidos es una economía mucho más abierta a las corrientes del comercio internacional que la Unión Europea (UE). Los problemas estructurales de esta última (incluyendo el compromiso político y estratégico de absorber la exportación de su propia periferia del antiguo este socialista), son un factor que impide objetivamente a la UE operar una apertura más amplia de su mercado interno a los bienes provenientes de las economías asiáticas. Estas exportaciones se colocan masivamente en Estados Unidos, y el excedente resultante se emplea en una medida muy elevada para financiar esta cada vez más grande operación transcontinental de comercio.

Todo lo anterior configura una situación que hasta ahora impidió la depreciación del dólar en los mercados cambiarios de Asia, reduciendo los riesgos inflacionarios de una devaluación frente a un área geográfica que se ha constituido en la principal fuente de provisión de una serie muy amplia de bienes de consumo final, intermedio y de capital. La dinámica de las relaciones monetarias financieras con Asia también ha proporcionado a Estados Unidos una ampliación de los márgenes de acción de las autoridades monetarias, al reducir en parte las tensiones que habrían obligado a endurecer la posición asumida por la Reserva Federal (Fed) ­banco central­ durante todos estos años, y en particular a partir del fin del largo ciclo expansivo de los años 90. La política de acumulación de reservas de las economías asiáticas, por último, también ha sido fuerte palanca de apoyo del extraordinario relajamiento observado por la política fiscal durante el gobierno del presidente George W. Bush. A pesar de sus bajos rendimientos relativos, los bonos gubernamentales fueron absorbidos con avidez por las autoridades monetarias asiáticas.

Sin fuertes presiones

En este cuadro de conjunto, Estados Unidos no parece enfrentar en la arena internacional presiones realmente fuertes para empezar a ajustar su economía y reducir sus grandes desequilibrios financieros. Como dice el economista de la Universidad de California Barry Eichengreen, al menos en lo que respecta a sus relaciones monetarias y financieras con Asia, Estados Unidos parece contar con incentivos para seguir "viviendo felizmente por encima de sus medios".

No obstante, varios economistas creen que el ajuste, para serlo de veras, deberá ser forzado por los países asiáticos, obligados a reconocer los límites de las políticas de crecimiento por medio de exportaciones. Significa aceptar que el crecimiento requiere equilibrar la asignación de recursos, y en primer lugar del capital, en el resto de los sectores, por ejemplo en vivienda e infraestructuras y servicios públicos. Se sabe que China, por ejemplo, enfrenta cada vez con mayor fuerza esta disyuntiva.

Este cambio de prioridades conllevará una modificación del conjunto de la estrategia económica y financiera seguida hasta el presente en los países de Asia. De manera especial obligará a revaluar el tipo de cambio real de las monedas. Para reducir las consecuencias inflacionarias de esta medida ­consecuencias que de no controlarse tendrían un fortísimo costo distributivo y producirían una larga serie de distorsiones económicas­ los bancos centrales deberán cancelar su intervención en los mercados cambiarios, y dar curso a esquemas de libre flotación de las monedas.

Un escenario como el precedente marcaría el fin de lo que algunos llaman el "cártel de bancos centrales" que durante todos estos años han dado soporte al dólar y mantenido subvaluadas las monedas asiáticas. En este punto, y como ocurrió en Europa Occidental hacia fines de los años 60, en las postrimerías del orden monetario y financiero de Bretton Woods, las condiciones estarán dadas para que se opere un desplazamiento progresivo de los capitales asiáticos invertidos en dólares hacia activos financieros denominados en otras divisas. La alternativa más lógica ­al tiempo que una de las más grandes diferencias con respecto al sistema de Bretton Woods­ es el euro, que hasta ahora realmente no ha ejercido su capacidad de moneda de reserva internacional y en cambio sí ha cargado con una parte significativa del costo de los desequilibrios financieros estadunidenses.

Alternativa frente al dólar

Como sea, una de las grandes diferencias del actual orden monetario con respecto al sistema de Bretton Woods es la alternativa que el euro significa frente al dólar en tanto que moneda de reserva dominante. Otra importante diferencia es que, al contrario de lo que ocurría en los años 50 y 60, cuando la acumulación de reservas en dólares por los bancos centrales de Europa y de Japón tenía como trasfondo un superávit de la cuenta corriente estadunidense (esto es, un exceso de ahorro interno), ahora la acumulación de reservas por los países asiáticos corre paralela a un deterioro sin precedentes de este indicador. (Lo que constituye un indicio inequívoco de bajas tasas de ahorro en esa economía.)

Es evidente que una depreciación del dólar frente a las monedas asiáticas facilitaría un ajuste más rápido y ordenado del sistema mundial de pagos. Para la Fed sería un factor de apoyo en la perspectiva del nuevo ciclo la política monetaria, sobre todo si éste se contempla en el horizonte de mediano plazo, es decir, en la perspectiva de las realidades financieras que deberá enfrentar a partir de 2005 el próximo gobierno (incluso en la hipótesis cada vez más frágil de que el presidente Bush sea relecto).

Ahora bien, las consecuencias monetario financieras del ajuste no serán del todo cómodas para la UE, y en primer lugar para los países de la zona del euro. La recomposición de los portafolios internacionales de inversiones, tanto de las públicas como de las privadas, producirá de manera inevitable una apreciación del euro. En este punto cabe volver a recordar que las principales economías del viejo continente enfrentan toda una variedad de problemas, entre los cuales el endeudamiento del sector público no es el menor. De igual forma, el impacto de un euro fuerte sobre el comercio de exportación europeo restará impulso al crecimiento económico y a la capacidad, ya de por sí precaria, de generación de empleo en esta región. Dado el modelo social europeo, las tensiones que de ellos resultaría hacen pensar en la configuración de escenarios político-electorales no deseables para los gobiernos en el poder, de manera que los actores institucionales buscarán activamente poner en marcha mecanismos compensatorios de los efectos derivados de todo cambio del entorno monetario y financiero internacional.

AL: condición subordinada y marginal
En este contexto general es pertinente interrogarse sobre las opciones y los márgenes de actuación que tendrían frente a sí los países latinoamericanos y, desde luego, México. Lo primero que resalta es que, a pesar de las numerosas modificaciones observadas después del colapso del sistema de Bretton Woods, los países latinoamericanos mantienen su condición subordinada, y por tanto marginal, en la estructura de poder y en la determinación de la dinámica monetaria y financiera internacional. A diferencia de las economías de Asia, y fuera de episodios negativos (la crisis de la deuda externa en los años 80, la crisis mexicana de 1995 o la crisis con que la economía argentina entró al siglo xxi), las economías latinoamericanas son un actor pasivo del sistema, tanto como lo fueron hace 60 años. Los factores reales del poder económico y político de la región, cuyos intereses se expresan en términos generales en las posiciones casi coincidentes de los bancos centrales y del FMI, seguirán impulsando la estrategia de tasas de cambio flotantes y de respeto irrestricto a la movilidad internacional del capital. Por su parte, algunos sectores políticos y sociales, preocupados por la falta endémica de crecimiento que padecen las economías latinoamericanas, propugnarán por la reorientación de la estrategia de desarrollo hacia un esquema parecido al experimentado en el pasado reciente por las naciones asiáticas, en el que la proyección exportadora se consolide por medio de tasas de cambio fijas sobrevaluadas frente al dólar, intervenciones estratégicas de la autoridad monetaria en los mercados cambiarios y una reconquista de espacios de control sobre los movimientos especulativos del capital.

Autor: Víctor M. Godínez

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